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Agroecología, género y salud: “Hacer consciente la alimentación y el consumo también es un acto político”

Ilustra: Lucila Stern

Conversamos con Evangelina Tifni y Milva Perozzi, docentes de la Facultad de Ciencias Agrarias (FCA) de la Universidad Nacional de Rosario. Integrantes de la Cátedra Libre de Agroecología y del Grupo de Estudios Agrarios.

Límbica: Para empezar, nos gustaría que nos cuenten sobre su formación y los proyectos en los que están trabajando actualmente. 

Milva: Soy ingeniera agrónoma (FCA, UNR) especialista en agroecología por la Universidad Nacional de la Matanza (UNLAM) Desde hace varios años estoy abocada al acompañamiento de familias productoras de hortalizas dentro del cinturón hortícola de Rosario. 

Evangelina: Al igual que Milva, toda mi trayectoria académica la transité -y aún lo hago- en el sistema público. Estudié la licenciatura en Ciencia Política en la UNR y -por medio de becas de CONICET- soy doctora en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Soy docente de la asignatura Sociología Rural que se dicta en Agronomía. 

Con Milva formamos parte de la Cátedra Libre de Agroecología y del Grupo de Estudios Agrarios, que se inició en los años 80 y se aboca a estudiar las incidencias de las transformaciones del modelo productivo agrario tanto en lxs actores como en las dinámicas territoriales locales. Desde el año 2019, a partir de una convocatoria de Proyectos de investigación interdisciplinario que realizó la UNR, nos propusimos formar un equipo orientado a la co-construcción de conocimiento transdisciplinar en Agroecología, como alternativa viable para la producción de alimentos. Buscamos generar soluciones socio técnicas adecuadas a los sistemas productivos familiares agroecológicos o en transición del sur santafesino. 

Podemos decir que a grandes rasgos, trabajamos con dos tipos bien diferenciados de familias productoras que a priori nada tienen que ver. Por un lado, familias de perfil chacarero  que realiza agricultura y diversifica con ganadería, incorpora la venta de huevos y carnes alternativas y residen en localidades agrícolas. Por otro lado, aquellas familias que producen verduras para el mercado local, mayoritariamente migrantes bolivianas que residen en el Cinturón Hortícola de Rosario. Tienen en común que se organizan bajo una lógica de división sexual del trabajo la búsqueda de alternativas de producción y vida más sustentables; producen alimentos frescos y sanos para la población local.

Límbica: Explicarían brevemente, ¿qué es la agroecología?

Milva: Como se postula desde diversos espacios, la agroecología es una ciencia, un movimiento y una práctica que propone el diseño y manejo sostenible de los agroecosistemas con criterios ecológicos a través de formas de acción social colectiva y propuestas de desarrollo participativo que impulsen formas de producción y comercialización de alimentos contribuyendo a la soberanía alimentaria. 

Hacia finales de los años 60, se desencadena un proceso de modernización e industrialización de la producción de alimentos, también conocida como Revolución Verde. Este proceso implicó, por un lado, un cambio profundo en las formas tradicionales de producir, con altas dependencias de insumos y tecnologías de capital mediadas por grandes corporaciones transnacionales que fueron expandiéndose y dominando el mercado. Por otro lado, la utilización y aplicación de estas tecnologías implicó la adopción de nuevas técnicas y conocimientos especializados.

Evangelina: Una de las fundamentaciones de este proceso que relata Milva es la creación de una ‘necesidad’ del agro pampeano de ‘resolver el hambre en el mundo’ y generar las divisas necesarias para que ‘funcione el país’. Esto habilitó la implementación de un modelo tecnológico que implicó la incorporación de tecnologías exogeneradas, intensivas en capital. Estas tecnologías incrementaron las ganancias y la productividad tanto del capital y del trabajo pero no sólo no resolvieron ‘el hambre en el mundo’ sino que lo incrementaron y además generaron nuevos problemas. Si nos ponemos los anteojos de la perspectiva de género, podemos decir que con el proceso de mecanización de la agricultura -primero, y luego de la segunda Revolución Verde se profundiza- se produjeron modificaciones en la división social y sexual del trabajo. Se incorporaron tecnologías mecánicas y agroquímicas consideradas socialmente como masculinas (por ejemplo el tractor y los herbicidas) y se desvincularon otras consideradas inherentemente femeninas (las destinadas al autoconsumo y domésticas). 

Milva: La imposición de este modelo trajo aparejado pérdida de autonomía, problemas de salud, concentración de la tierra, expulsión de campesinos, pérdidas de saberes tradicionales y numerosos problemas ecológicos, como ser pérdida de biodiversidad, deterioro de suelos, contaminación, entre otros.

Ante este escenario la agroecología surge como respuesta desde diferentes ámbitos a esta crisis. En sus inicios la agroecología surge del vínculo entre movimiento campesino e investigadores disidentes de la ciencia occidental en donde, en primer lugar se reconoce el saber tradicional campesino y luego se lo valida científicamente para su reconocimiento y aplicación en sistemas productivos. Propone el diseño y manejo sostenible de los agroecosistemas con criterios ecológicos a través de formas de acción social colectiva y propuestas de desarrollo participativo que impulsen formas de producción y comercialización de alimentos contribuyendo a la soberanía alimentaria. 

La agroecologìa, que había sido difundida desde los 70 en América Latina y tomado relevancia en diferentes movimientos sociales y campesinos, aquí en el sur de Santa Fe, su difusión e incorporación tuvo otro recorrido, con historia y actores diferentes. Por lo tanto, su expresión tiene matices y singularidades propias del territorio en donde la producción de materia prima estuvo tradicionalmente en manos de chacareros, pequeños productores familiares, o con perfil empresarial y sin la figura del campesino. Por lo que, la agroecología empieza a difundirse recién a partir de la década de los 90,  promovida primero  por ONGs y luego impulsada por instituciones estatales como alternativa productiva. A partir del 2014 con la Ley de Agricultura Familiar, se logró poner en agenda la agroecología como alternativa productiva, ya que la misma tenía un enfoque agroecológico y promovía la conservación y multiplicación de semillas nativas y criollas, los mercados locales. Ante los conflictos que emergen en las localidades agrarias como consecuencia de las reiteradas fumigaciones linderas a zonas urbanas y surgimiento de incipientes organizaciones ambientalistas los gobiernos locales, de comunas y municipios intentan frenar estos conflictos imponiendo propuestas agroecológicas para los establecimientos cercanos a los cascos urbanos. Esto hizo que muchas veces que nos encontremos con una agroecologìa despolitizada, forzada como un mero instrumento para seguir produciendo en forma ecológicamente más equilibrada sin poner en tensión las relaciones de poder dentro del territorio. A pesar de las tensiones e intereses que disputan el sentido de la agroecologìa en nuestra regiòn y en la actualidad, existen experiencias que dan cuenta del valor e importancia que tiene la propuesta agroecológica tanto en el campo de lo productivo como lo simbólico. 

En el 2015 varias familias del  el cinturón hortícola que rodea a la ciudad de Rosario se incorporaron a programas municipales, provinciales y, en su momento se trabajó articuladamente entre INTA, Pro HUERTA, SAF. Hoy dada las drásticas políticas de recortes al sector estatal no cuentan con recursos para sostener estos proyectos. La mayoría de las familias que se sumaron a las propuestas agroecológicas en aquel entonces eran inmigrantes bolivianos/as, que se iniciaron en la actividad como trabajadores/as, luego medieros/as y en la actualidad son arrendatarios/as entre 4 y 5 hectáreas. Si bien en la actualidad, la situaciòn es muy crìtica, para los/as horticultores en general y para los/as agroecológicos/as en particular, las familias que se sostienen están acompañadas por comunas y municipios o alguna organización social que colabora en la comercialización de sus productos.

Límbica: Considerando el trabajo y estudio que llevan a cabo hace años con la población ¿Qué roles y saberes específicos consideran que aportan las mujeres y disidencias en los procesos de producción agroecológica?

Evangelina: Es una buena pregunta que nos invita a reflexionar, especialmente cuando pensamos los aportes de las mujeres -no me animaría a hablar sobre los aportes de las disidencias ya que en el territorio en el que situamos nuestros trabajos no son ‘sujetxs’ visibles, es decir quienes encontramos en las ruralidades santafesinas se reconocen desde lógicas genéricas binarias -varones y mujeres cis-. Pensar los aportes de las mujeres, nos lleva a reconocer aquello con lo cual también discutimos: ‘las mujeres rurales son productoras de alimentos, cuidadoras de la personas y la naturaleza’. A priori, tendemos a responderla a partir de ese estereotipo de mujer rural como una mujer heterosexual que habita junto a su familia en la ruralidad y trabaja con la tierra mientras se superponen las tareas para el mercado con las domésticas. Esto en parte es así, y en parte aparecen muchísimas otros aportes, especialmente en el consumo. Con un estudio de consumo que hicimos en toda la provincia de Santa Fe -junto con la UNRAF en 2022/23- pudimos ver que quienes consumen estos alimentos son principalmente mujeres jóvenes. Otra particularidad, en general quienes institucionalmente motorizan las intervenciones territoriales, acompañan a familias productoras, promueven espacios de intercambio, de generación de conocimientos que aporten a la construcción de marcos locales de referencia son mayoritariamente mujeres. Aportan a la promoción de la agroecología en los territorios tejiendo redes locales y regionales. 

Por otro lado, reconocemos que muchas de estas experiencias son motorizadas por mujeres que vinculan un problema de salud con el modelo tecnológico del agroenegocio. Alguna de ellas, algún familiar o persona allegada, alguna mascota o árboles, sufrieron las consecuencias de estas tecnologías. Hubo abortos espontáneos, reacciones alérgicas, pérdida de una cosecha que hace que se cuestione la forma de producir y se busquen alternativas más amigables con el ambiente.

Milva: En mi caso trabajo con familias hortìcultoras, la mayoría pertenecen a la comunidad Boliviana proviene de las zonas rurales de Tarija, quizás porque llevan consigo un saber campesino, la mayoría, entonces la agroecología le resuena, lo identifica con su historia y vivencias en la forma de producir y conocimientos transmitidos por sus raíces campesinas. La organización del trabajo es particularmente familiar y si bien en la quinta la mayoría de las tareas se comparten, hay varias que son exclusivamente asignadas a los varones, como pasar el tractor, los productos químicos… pero luego las mujeres participan en casi todas las otras tareas, aporque, cosecha, lavado, desmalezado, siembra. Sin embargo, en la mayoría de los casos  son las mujeres quienes han motivado y llevado adelante la producción agroecológica, muchas veces enfrentando a sus maridos arraigados a la producción convencional. Las mujeres se transforman en las voceras de la familia, protagonizan la comercialización alternativa que les permiten además de una venta directa y diferenciada, un reconocimiento social, capaz de modificar su capital simbólico, logrando reposicionarse hacia adentro y hacia afuera de las quintas.

La red social que construyen es un elemento clave capaz de promover políticas públicas que garanticen la seguridad alimentaria. Estas redes son múltiples e incluyen a la esfera urbana, en un país con tan solo el 9% de la población rural. 

Límbica: ¿Qué aspectos de la producción rural pueden analizarse y repensarse desde una agroecología atravesada por los estudios de género?

Evangelina: Repensarse desde la agroecología atravesada por los estudios de género, implica movimientos en diversos niveles. En primer lugar, sobre nuestro quehacer académico, lleva a cuestionarnos el estar siendo mujeres y disidencias en territorios académicos y productivos predominantemente masculinizados, sostenidos bajo lógicas patriarcales. La perspectiva de género nos atraviesa en la escritura, en el cuerpo, en el lenguaje, en decisiones teórico-metodológicas: en las formas de producción de conocimiento. Las unidades hortícolas con las que trabajaremos están conformadas mayoritariamente por familias que organizan sus producciones y vidas de acuerdo a una lógica patriarcal de división sexual del trabajo siendo los varones quienes manejan la comercialización y por tanto, el dinero de la unidad productiva/doméstica. A las mujeres se les asignó históricamente las tareas vinculadas a los cuidados reproductivos y que no tenían valor de cambio en el mercado. 

Milva: Creo que es necesario repensar la superposición del trabajo productivo con el trabajo doméstico, en nuestras experiencias, son las mujeres quienes además de estar trabajando en la quinta, al mismo tiempo están cocinando, cuidando de las infancias o adultos mayores, entre otras tareas. Hay una gran exigencia en su cuerpo porque el trabajo hortícola, es muy hostil con mucho esfuerzo físico, levantar cajones, carpir, trabajar agachada, con frío o calor extremo, bajo llovizna; implica que los cuerpos queden frágiles, castigados. Por un lado siento que es necesario visibilizar y demostrar cómo aportan a la soberanìa alimentaria, la importancia de lo que hacen, pero no romantizar el trabajo rural, especialmente el que llevan adelante las mujeres, porque la mayoría de ellas por ejemplo no desean que sus hijos sigan en la quinta, creen y apuestan a que puedan hacer otra cosa, que no sea “ese trabajo esclavizante”. Es necesario preguntarnos, preguntarles ¿Cómo mejorar las condiciones del trabajo, de vida, de las mujeres rurales? Toda la población urbana se alimenta de verduras producidas en el campo, sin embargo, las unidades hortícolas son cada vez menos, las condiciones de vida son muy precarias y el mundo urbano, la mujer urbana ¿cómo nos vinculamos con las mujeres rurales? ¿Cuáles son los lazos, las redes que podemos construir para pensar en la sostenibilidad de la vida? Creo que la agroecología, en nuestro contexto, no puede pensarse únicamente desde lo rural, sin pensar en el rol de las mujeres urbanas.

Límbica: ¿Y cómo pensar, a su vez, la relación entre la producción de alimentos y la salud de la comunidad?

Evangelina: Cuando pensamos los procesos de salud vinculados a la producción de alimentos no podemos hacerlo aislado del modelo productivo en el que se insertan y la concepción de territorio y naturaleza que este conlleva. Nos interesa por un lado, pensar en la salud del territorio no solo como espacio físico o continente sino recuperar la idea de cuerpo-territorio muy fuerte en esta zona que mostró cómo en las localidades agrarias aumentan los casos de càncer.

Milva: Creo que, además de pensar en la salud en términos de calidad de los alimentos, sin agroquímicos, la producción de alimentos desde la perspectiva agroecológica supone una reconfiguración de las relaciones que se establecen, entre las mismas productoras, entre ellas y quienes las acompañan técnicamente y entre quienes consumen sus alimentos. 

La construcción de redes, vínculos entre muchas productoras habilitó cambios de su posición en el espacio social al poder acceder a ‘otros’ conocimientos socialmente valiosos y útiles. Un sector de la sociedad -de acuerdo a las categorías nativas: los blancos- revaloriza o valora positivamente su trabajo y el producto de ellas y esto tiene implicancias dentro y fuera de la quinta. Permite resignificar su trabajo tradicionalmente desvalorizado, invisibilizado, pero sin el cual no podríamos alimentarnos. Configura la mirada sobre sí mismas, algo interno, más bien desde el campo simbólico, se transforma y eso moviliza deseos y expectativas de otros destinos posibles de la pobreza, y la subordinación histórica. 

Entonces el consumo de alimentos no puede pensarse únicamente, desde lo sano, inocuo, sin interpelarnos quién lo produce y cómo llega a cada mesa. Hacer consciente la alimentación y el consumo es también un acto político. Y si vamos más allá también debemos preguntarnos ¿cómo democratizar el acceso a los alimentos sanos? ¿qué instrumentos son necesarios crear, impulsar para que la alimentación saludable no sea para una elite que pueda pagarlos? 

Límbica: Para terminar queremos preguntarles por los principales desafíos que enfrentan las productoras agroecológicas en la actualidad. 

Evangelina: Acá hay que diferenciar cuestiones que son estructurales para ‘el actor social’ como el acceso a la tierra -ya sea por títulos de propiedad o por lo alto de los arrendamientos-, la falta de espacios alternativos de comercialización o canales diferenciados, el acceso a tecnologías adecuadas, de otros que podemos identificar como coyunturales: como la falta de acceso a sistemas de financiamiento formal, de incentivo y apoyo a la producción local de alimentos frescos por parte de los diversos organismos del Estado, la dificultad de acceso a conocimientos técnicos productivos, el desmantelamiento de ciertas redes que se venían motorizando tanto desde el estado como de ONGs y las familias productoras que al cerrarse o recortarse los recursos (varios) en las reparticiones pùblicas que los impulsaban; las productoras no logran sostener per se los espacios gestados (espacios de capacitación, de encuentro, de formación con perspectiva de género). 

Si consideramos especialmente a las mujeres y el mantenimiento de ciertos roles de género aparecen como desafíos la democratización de las familias, la resolución de las responsabilidades de cuidado entre todos lxs integrantes, la necesidad de contar con espacios específicos de cuidado de las infancias, enfermos, espacios recreativos propios. las condiciones propias de la ruralidad dificulta la sostenibilidad de la vida en estos territorios (falta de mantenimiento de los caminos rurales, distancia con los centros de salud y educación, la infraestructura, etc.) 

Milva: Sumaría que tenemos el desafío de recuperar el sentido crítico, transformador que supone la agroecología y el cual la distingue de la agricultura orgánica, regenerativa, entre otras formas de producción “amigables” con la naturaleza. Recuperar las bases sociales y políticas, en este contexto supone consolidar lazos, recuperar vínculos solidarios, de reciprocidad entre las productoras, pero también entre las mujeres urbanas, quienes numéricamente somos más y entre las cuales existe una relación de interdependencia, de la que pocas veces somos conscientes y más difícil aún resulta construir  horizontes comunes. ¿Podrían los comedores populares demandar verduras agroecológicas? Los sindicatos, ¿Qué políticas de conformación de redes podrían establecer con el sector rural? El Estado, podría comprar  y abastecer a comedores, hospitales, instituciones? Actualmente, al Estado nacional, difícilmente le interese hacerlo, más bien tiende a destruir todo tipo de iniciativa de este tipo, pero quizás en los gobiernos provinciales, municipales puedan existir matices que faciliten este tipo de estrategias.

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