Entrevista a Buscarita Roa, miembro de Abuelas
Buscarita es vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, nació en Chile y es madre de 7 hijes. Uno de sus hijos, José Poblete, fue secuestrado en 1978 junto a su esposa Gertrudis Hlaczik y a su pequeña hija Claudia Poblete Hlaczik, que en ese momento tenía 8 meses y que fue restituida en el año 2000, gracias al trabajo de Abuelas. Su búsqueda incansable la constituyó en una luchadora por los derechos humanos y la memoria colectiva.
Límbica: Este nuevo número trata sobre las Vejeces, y al pensarlas desde una perspectiva colectiva y de lucha, resulta inmediata para nosotras la asociación con Abuelas. Queríamos comenzar preguntándote cómo se constituye desde tu experiencia este colectivo.
Buscarita: Yo pertenezco a las Abuelas de Plaza de Mayo hace muchos años porque tengo desaparecido a mi hijo y mi nuera, también tenía desaparecida a mi nietita, que gracias a Dios ya hace unos años la encontramos. Las abuelas nos juntamos en un tiempo, porque estábamos todas solitas, algunas tenían familia, otras no e hicimos nuestro grupo que íbamos a la plaza, dábamos vueltas, hacíamos las rondas junto con las madres, y así nos empezamos a conocer, a contarnos cosas, nuestras historias de vida. Entonces nos fuimos haciendo amigas, a veces nos visitábamos, a veces con alguna, con otras no y fuimos formamos grupitos y conversando sobre nuestras historias. Realmente iba a la plaza a llorar, porque andábamos desesperadas viendo qué había pasado con nuestra familia. Mi hijo y mi nuera por más que los buscaba por cielo y tierra nunca más, pero teníamos la esperanza de poder encontrar a la niña que tenía 8 meses ¿Cómo? ¿De qué manera la encontrábamos? ¿Cómo te puedo decir yo “esa criatura es mía”? por más que se parezca, uno no puede decirlo y ya. Entonces trabajando con las abuelas se formó el Banco Nacional de Datos Genéticos [en 1987]. Yo había dejado la sangre en el banco, mi familia también y la única manera era cuando iban apareciendo los nietos poder hacernos el ADN. Si no estaban los abuelos, había hermanos o primos. Fueron pasando los años y yo no encontraba a mi nieta, las abuelas algunas por ahí sí, otras no, otras se fueron de este mundo sin encontrarlos. Yo fui la última en llegar a la plaza, entonces siempre les digo a las pocas abuelas que quedan, yo fui la última en llegar y voy a ser la última en irme.
Entonces, desesperada me fui a la plaza y en la plaza conocí a las madres y me acerqué a las abuelas, porque yo también buscaba a mi nieta. Mi hijo participaba en política, era un muchacho que había tenido un accidente en Chile, el tren le había cortado sus piernas, tuvo que venir acá, se puso piernas ortopédicas, empezó a militar, a estudiar, a terminar sus estudios. Él militaba y mi nuera lo acompañaba. Yo los buscaba por cielo y tierra. Al principio como todas, primero sola cada una por su cuenta y después cuando nos juntamos buscábamos entre todas, pero no había respuesta. Donde íbamos “nadie sabía nada”, habíamos hablado al ejército, “no tenían ni idea”, la Iglesia, nos recorrimos todo, no dejamos lugar donde no fuimos, anduvimos por todas partes. Tanto que alguna de las abuelas viajó a otros países a pedir ayuda y la cosa era muy difícil al principio. Era muy difícil porque yo tenía más familia, tenía hijos. Estaba sola con mis hijos, ya eran bastante grandecitos pero no dejaban de necesitarme, una salía a la calle y a veces en todo el día no volvía a casa. Me acuerdo que me levantaba muy temprano y dejaba la comida hecha en mi casa para mis hijos, les dejaba todas las cosas listas, las tazas puestas para que tomaran el desayuno y se fueran a la escuela. La desesperación mía era encontrar al que faltaba, a mi nuera y a la niña, ¿Qué hicieron con la bebé que tenía 8 meses cuando se la llevaron?
Yo decía bueno, hay que seguir adelante. Tenía que trabajar porque si no trabajaba, no comíamos. La vida no era fácil, había quedado viuda, entonces, había que trabajar. Yo trabajaba en un lugar muy estratégico que era antes el Ministerio de Planeamiento pero ahí estaban todos los militares del proceso. Era la supervisora del mantenimiento de limpieza, me decían hay que hacer esto, hay que hacer el otro, claro, y yo con la esperanza de poder hablar con algún coronel que me dijera algo. Resulta que fue pasando el tiempo hasta que un día llegué a un coronel y le pregunté. “Yo no tengo la menor idea de estas cosas. Yo no sé, nosotros no nos metemos”. Tan cínicos, bueno, ya está. Al otro día dije, yo seguro que ya no voy a poder entrar a trabajar, pero no me pasó nada. Yo tomaba el personal para la limpieza del edificio, me llevaba bien con las chicas de las oficinas con todo el mundo. Seguro que me vigilaban, veía autos que llegaban allá a mi casa en Guernica, se paraban en la esquina cuando me bajaba del colectivo.
L: ¿Crees que en ese momento había una subestimación de los militares sobre la lucha de las abuelas por el hecho de ser mujeres?
Buscarita: Creo que lo pensaron y que alguno de los militares lo dijo: “son mujeres, se van a cansar, no van a hacer más nada” Resulta que las mujeres somos mucho más valientes, digo yo, porque los hombres a veces se cansan y dicen bueno ya, pero las mujeres viste que generalmente somos constantes porque tenemos que criar los hijos, tenemos que hacer tantas cosas en la vida que nos cuesta más.
A mí me decían: “vos te estás jugando demasiado el pellejo, ¿cómo te vas a meter ese edificio a trabajar?”. Un día había un militar que me había pedido un favor, agarra y me pregunta si yo puedo conseguirle a una chica que tenga mucha confianza para llevarle a la mamá para que la cuide. Entonces después me fui a hablar con el militar, le dije “señor le vengo a pedir un favor”, “Sí, dígame nomás, lo que usted necesite”. Le digo, “usted sabe que yo tengo un hijo desaparecido (los tipos sabían, no van a saber) necesito saber qué les pasó porque se lo llevaron con la nenita y yo quiero encontrar a mi nietita, también a ellos, pero la nena dónde estará”. “Ay”, me dice, “mi hija, yo no pertenezco a esa rama, no tengo la menor idea”.
L: Tu historia de militancia arranca con esta búsqueda, ¿no tenías anteriormente un recorrido de participación política, no?
Buscarita: Nada. Nosotras nos juntábamos todas las abuelas, en ese tiempo éramos muchas haciendo estrategias, que vamos acá, que vamos allá, hasta los hospitales psiquiátricos llegamos, porque nosotras decíamos si los torturaron pueden estar enfermos. En los hospitales, metiéndonos por ahí para ver si habían bebés que fueran parecidos al nuestro. El militar que se llevó a mi nieta se la llevó con 8 meses. El mismo día que los llevaron a ellos se llevaron a la niña, así que ahí nomás se la llevó el milico que no podía tener hijos con su mujer. Pero tampoco nosotras lo sabíamos, porque nosotras no teníamos idea. Salíamos todas, íbamos a la plaza, hacíamos la ronda, íbamos a las casas de huérfanos, no dejamos lugar que no fuimos. Golpeamos puertas, había unas madres que iban a vender libros. Porque decían ahí viven militares, entonces les vamos a ir a ofrecer libros, para ver si podemos ver algún niño que sea parecido, por ahí cosas bien insólitas. Y esas cosas que hicimos todo el tiempo, cosas re tontas a veces, porque de ninguna manera nos iban a abrir la puerta para decir “nosotros tenemos un niñito adoptado”, jamás. A mi nieta, se la llevó Ceferino Landa porque no podía tener hijos, y la crió desde los 8 meses hasta los 21 años que la encontramos, o sea, mirá todos los años que anduvimos dando vueltas.
Así que bueno, fueron años difíciles y yo estaba en ese lugar trabajando. Entonces me decían “vos tenés que salir de ahí, porque un día nos van a llevar a todas porque ellos tienen que saber qué pasó, que vos sos una abuela que busca a sus hijos y su nieta”. Le dije “yo no puedo salir, yo estoy ganando bien, estoy trabajando ¿cómo les doy de comer a mis hijos? es el trabajo que tengo”. Después llega Estela como presidenta y me dice, “no, seguí trabajando, mientras no digas nada que no tiene que ser”, así que seguí trabajando ahí hasta que me jubilé.
L: ¿Y cómo es sostener la lucha después de tantos años?
Buscarita: La lucha se sostiene sin miedo, porque al que le toque le toca, la vida es así, uno tiene un destino. Yo creo que la lucha la hace uno pensando también en el otro, cuidando al otro. Nosotras [las abuelas] fuimos teniendo suerte de ir encontrando nietos, porque los hijos no se encontraron más. Los hijos los mataron, a mí nuera y a mi hijo los mataron.
Yo encontré a mi nieta criada por un coronel y su mujer, hija única. Ella también sacaba conclusiones, miraba papeles, notaba que no la podían haber tenido a esa edad, hasta que después encontró un papel como de adopción y así se fue dando cuenta. También si a vos te cría alguien durante toda tu vida, la querés como si fuera tu mamá, tu papá, eso no se lo podés negar, no se lo podés quitar. Pero cuando se dan cuenta es como que los chicos reaccionan de otra manera. Mi nieta cuando nos encontró a nosotros empezó a tratar de visitarnos como si hubiera sido mi amiguita. Imagínate que cuando la encontré ya tenía 30 años, a veces no sabía cómo tratarla. Entonces le decía “Claudita, no querés ir a tomar unos mates a casa?” Al principio me decía que no, pero después fue pasando el tiempo, con paciencia, y me dice “bueno”, me dice un día “sí”, así que ahí entró a casa. Llegaba y les contaba a las abuelas “yo ya estoy tomando mate con mi nieta”, que también a ellas le daba ese ánimo de seguir adelante porque hay que estar, hay que estar.
Después los nietos los compartimos, todas somos las abuelas de los nietos. Todas les hacemos cositas ricas, los invitamos a comer y así ha sido la historia de las abuelas. Ha sido una historia de luchas, de encuentros, de alegría, de tristeza, porque nosotras también somos madres, no somos abuelas solamente. Nos dedicamos más que nada a buscar los nietos, porque cuando vimos que ya los chicos era imposible encontrarlos dijimos vamos a buscar a los nietos. Los nietos los estamos encontrando poquito a poquito. Hace no mucho encontramos dos juntos, ya conocemos a uno, falta conocer al otro, porque también no es fácil para ellos. Mirá si yo te digo en este momento que estoy totalmente segura que vos sos mi nieta. Es duro, es difícil y es parte del trabajo que tenemos nosotras. Tenemos que tener cuidado, no los podemos apurar, que vayan buscando sus tiempos, que cuando ellos quieran vengan y el trabajo es así todo poquito a poquito. Lo que pasa es que ya casi no quedamos abuelas, somos muy poquitas.
Esta es la casa de las abuelas, acá se come, se toma tecito. Estamos en una casa de abuela. Acá recibimos a la gente que viene de distintos países del mundo, que vienen a ver cómo trabajamos, cómo lo hemos hecho. Y hay que hacerlo con mucho respeto porque cuando encontramos los nietos no los podemos apurar, o sea que nosotros encontramos los nietos y ellos vienen a hablar con nosotros cuando ya ellos han hecho su proceso. No es llegar y decirle “Mirá, mañana te espero en abuelas”. Tenemos que esperar. De repente decimos, ¿Cómo hacemos con tal? ¿Lo llamamos, no lo llamamos? Y así.
L: ¿Ahora cómo es tu vida como vicepresidenta de abuelas?
A: Yo no tendría que venir acá todos los días pero resulta que yo vengo todos los días, es como si estuviera trabajando. Me levanto a la mañana, me baño, dejo todas mis cosas ordenadas en mi casa y me vengo. Todos me dicen acá, pero “¿por qué venís todos los días?”, les digo: porque yo me siento útil. Siempre tengo gente que viene a pedir algunas charlas y conversamos, como con ustedes. Siempre me encuentro con gente linda, así que yo vengo todos los días como si fuera un trabajo. También me ayuda a mí, a estar atenta. Pues yo tengo 82 años, no soy ninguna nena, digo, te podes imaginar. Así que doy charlas, leo, hago archivo, el secretario me deja todas los papelitos y yo separo, colaboro con todo lo que puedo. Después puedo ir a mi casa, limpiar la casa, hago lo que tengo que hacer y me siento a ver la tele.
L: ¿Y cómo es la comunicación con otras generaciones, hablando del presente y la transmisión, cómo sigue abuelas?
A: Abuelas ahora como te digo somos muy poquitas, prácticamente ya viene el legado. Están los nietos. Abuelas somos Estela y yo en la reunión semanal, porque la otra abuela que está en Córdoba está bastante enfermita o están muy lejos. Antes nos juntábamos acá y éramos 20, 30 abuelas. Se fueron muriendo, la gente se va. Además también está el problema de la tristeza, no te creas que no es un problema, yo porque tengo muchos hijos más, tengo nietos entonces todo a una la va ayudando y la sostiene un poco, pero los que no tienen nada, es feo. La gente se muere esperando. También tenemos una abuela de 105 años que este año encontró a su nieto. Los nietos están, ellos si quieren venir vienen, si no quieren venir no vienen, a veces vemos a algunos que pasan ocho meses sin venir y de repente vienen y acá estamos, abrazando, aprendiendo. Salimos hacia afuera también, pero ya menos porque no podemos y lo están trabajando los nietos. Están dando charlas en la Ex ESMA, se están haciendo muchas cosas allá, ahora se ve vida ahí adentro, antes era muerte. A veces nos llaman de los colegios para ir a dar charlas. Yo voy a los colegios, a mí me encanta porque a veces son alumnos más chiquitos que uno les cuenta como en cuentito para transmitir la historia, y cuando son más grandes ya una les habla tal cual como les estoy hablando a ustedes. Di muchas charlas en las universidades, en secundarias. Antes íbamos, no solamente yo, iban todas las abuelas, ahora ya no.
L: ¿Querés agregar algo más que te parezca importante?
A: Bueno, la importancia más grande es cuando encontramos un nieto, la abuela que encuentra su nieto es muy feliz. Desgraciadamente ya tampoco nos quedan muchas abuelas y los últimos dos nietos que encontramos, todavía no los conocemos personalmente. Así que cuando vengan va a ser toda una fiesta acá, porque van a juntarse los otros nietos, los vamos a recibir con todo el amor del mundo. Hay muchos viviendo en el exterior también, que de repente por ahí aparece alguno que nos viene a visitar, la vida de las abuelas es esto.
También le pedimos a la sociedad misma que piense si conoce a alguien, por ahí por esas cosas de la vida, le toca. Si tengo una amiga, alguien que tenga algún niño adoptado, algún joven, algún muchacho grande, de 40-50 años que sienta que es adoptado, que se saque la duda, nadie le va a decir que deje de querer a sus padres adoptivos. Pero lo más importante es enfrentarse con la verdad, eso es lo más importante de las adopciones. Es muy importante que ellos se saquen esa duda, alguna familia puede tener esa duda y es importante que no críen a sus hijos en una mentira. Que esa persona se entere que es adoptada y que por esas cosas de la vida lo crió otra familia. La verdad aunque severa es amiga verdadera. Ese es el mensaje que yo le doy a los jóvenes: que el que tenga duda de su identidad, que se acerque a las Abuelas, que sepa su verdad, que conozca su historia, que sepa de su familia, quiénes fueron, quién fue su papá, quién fue su mamá y que no tiene que dejar de querer a su familia, pero la verdad hay que tenerla.
L. muchas gracias.