Entrevista a Diana Maffía: “La verdadera ideología de género es ese binarismo que tortura los cuerpos en su nombre”

Doctora en filosofía (UBA), docente de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) e investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires. Fundadora de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (1994 al presente). Dirige el observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires.

Ilustra: Yesica Embil

Límbica: En base a tu recorrido, queríamos comenzar preguntándote por los obstáculos que se le presentan a las mujeres en el acceso al campo científico o de construcción de saberes.

Diana Maffía: Comenzamos a analizar el recorrido diferencial de mujeres y varones en la ciencia en los años 90, cuando fundamos la Red Argentina de género, ciencia y tecnología que fue un pequeño grupo impulsor con Ana Franchi, Silvia Kocheny, Patricia Gómez y yo. Teníamos la convicción de que había que pensar de qué manera avanzaban en sus carreras, o mejor dicho, sabíamos qué pasaba con los avances. El primer estudio que hicimos daba lo que se llama una tijera, es decir, entraban la misma cantidad de hombres que de mujeres y en un momento, que era el de investigador independiente en el CONICET [Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas] bajaban abruptamente las mujeres y subían los varones. Eso se puede comprobar en muchísimos ámbitos, ese problema de la diferencia entre el ingreso y la construcción de una carrera. 

Siempre pensamos en las barreras en el acceso, pero las barreras tienen que ser analizadas no solamente en el acceso. Parte de lo que comprobamos es que las mujeres prosperaban mientras estaban en equipos dirigidos por varones. Pero al momento de tener sus propios equipos -como investigadores independientes- y por lo tanto autonomía en esa titularidad, en esa autoridad epistémica sobre sus saberes, en ese momento es que no se le daban las posibilidades para continuar la carrera, salvo a muy poquitas. La edad en la cual las mujeres hacían su tesis de doctorado y comenzaban a hacer sus proyectos de investigación, a participar en congresos, etcétera, coincidía con la edad en que evaluaban la posibilidad de la maternidad. Hoy la maternidad se ha retrasado mucho en temas de edad. En ese momento era alrededor de los 25 años, hoy antes de los 30 creo que ninguna piba que esté metida en el ámbito académico o científico evalúa la maternidad. Entrevistábamos a las mujeres en el nivel superior, por ejemplo, y empezaban diciendo: “No, de ninguna manera, el CONICET es igualitario, según la categoría en la que estás es lo que ganas, no tenés una diferencia de salario”. Entonces yo les preguntaba cuántos años habían tardado en ser promovidas de categoría. Sobre todo aquellas mujeres científicas que se habían casado, habían hecho pareja con varones científicos a la par, que se habían doctorado juntos; si tenían un hijo ellas se atrasaban uno o dos años para poder promover, para tener los artículos necesarios, la formación de recursos humanos necesaria. Ese tiempo de dos años de cuidado casi exclusivo de la maternidad había retrasado esa carrera, y por lo tanto, a los cuatro años el varón ya tenía un grado más que ellas. Así que en cierto modo era igualitario y en otro modo no era igualitario.  

El CONICET no se hacía cargo de esa diferencia. Hoy se hace cargo de varias maneras de estas diferencias en las responsabilidades de cuidado, y eso en parte se dió por la presencia del feminismo académico. En su momento con Dora Barrancos, en el Comité Directivo y en la actualidad Ana Franchi como presidenta*, se hicieron políticas específicas para superar esas brechas y explicitar qué aspectos,  aparentemente de la vida privada, incidían en la vida profesional. Cuando empezamos a investigar en 1994 eran el 8% las mujeres y el 92% varones en la categoría superior. En la actualidad son el 75% los varones y el 25% las mujeres, sigue lejos de ser igualitario a pesar de tres décadas transcurridas. 

Nos decían que las mujeres ingresaron más tarde a la universidad (es verdad que las mujeres formaron masa crítica en las ciencias a partir de finales de los años ´40, pero habían pasado cuarenta años entre los ´50 y los ´90) y de todas maneras esto no es así porque incluso en carreras feminizadas como la biología notabas una brecha brutal entre quienes finalmente eran promovidos y estaban como investigadores e investigadoras superiores. Cuando les preguntábamos a estas mujeres con quienes vivían, vivían solas. Los varones no, ellos habían construido una familia, porque todo varón en el patriarcado está equipado con una mujer que le cuida sus hijos. En ese momento teníamos la responsabilidad de todas las tareas de cuidados, que no eran discutidas ni disputadas. Y, cuando hacíamos una carrera, esto no implicaba que fuera más igualitaria la distribución doméstica, o tuviera en todo caso oportunidad de transferirla al mercado buscando una sustitución. Entonces, se había hecho de la ciencia un sacerdocio pero en el sentido literal, con voto de castidad. Los varones, en cambio, podían ir al laboratorio, irse una semana a hacer una observación astronómica, su único problema era preparar su bolsito e irse, no tenían que estar haciendo el Tetris de quién lo busca, quién lo lleva, todo lo que hacemos todavía hoy las mujeres cuando vamos a un congreso y tenemos que dejar armada la vida doméstica. A pesar de ello, tenemos entrevistas donde ellas decían “esto es por meritocracia si trabajas” y a la vez eran todos testimonios de abandono. No había ningún apoyo y había que optar entre carrera y familia. Muchas de ellas se fueron quedando en el camino, gente muy formada. Ahora bien, mientras relataban esto empezaban a enojarse, porque iban juntando los datos, significándolos de otra manera. Cuando al final les decíamos que nos dieran un mensaje para las futuras generaciones, eran unos mensajes recontra power feministas, de resistencia a este tipo de injusticias, cosa que en el inicio de la conversación no tenía ningún lugar. Entonces, si bien puede haber las mismas oportunidades de ingreso, el tema es en el sostenimiento de la carrera, en estos mojones que te van retrasando, que tienen que ver con desigualdades en otros planos. 

L: En este sentido, para permanecer en la carrera, vos mencionaste en algún momento que hay que “borrar el género” en las producciones y en la forma en la que se va avanzando en la carrera ¿cómo lo pensás?

D: Tenés varios caminos posibles cuando ingresás a una carrera meritocrática y con un sesgo muy androcéntrico y patriarcal. Ahora, y ya hace muchos años, trabajo en la justicia, es lo mismo, es una carrera muy meritocrática con un sesgo, no sólo en cuestiones de género. Ves varones pero adultos, blancos, ricos, instruidos, es decir, una serie de sesgos que van marcando una centralidad del género pero también de todos estos otros caracteres que exponen simultáneamente muchas relaciones de poder (de raza, clase, etnia, capacidad, etc). Entonces, podés mostrar que sos mujer pero sabes hacerlo a su manera. De hecho así aprendimos a sostenernos en la universidad, vos tenías que dar un exámen ante varones y demostrarles que podías repetir lo que ellos decían, que era la aduana de ingreso al conocimiento. Tenías que pasar esa aduana mostrando lo que ellos creían que era la legitimación de esos saberes. 

En la epistemología feminista ocurrió hacia fin de siglo algo sumamente interesante: muchas mujeres comenzaron desde esa autoridad epistémica a establecer críticas a ese conocimiento androcéntrico. Cuando alguien es “legítimamente científica” y desde dentro de esa disciplina legitimada en su saber por los mismos sujetos poderosos de la comunidad a la que pertenece, establece una crítica, esa crítica tiene otro impacto. Esto es lo que empezó a ocurrir por la síntesis entre feminismo y ciencia cuando las críticas partían de las mismas disciplinas científicas. Se ha construido una epistemología muy poderosa, muy radicalizada. Durante mucho tiempo se consideró en la epistemología tradicional, en la descripción filosófica del conocimiento científico, que los cambios en la ciencia ocurrían por modificaciones dentro del mismo campo de los conocimientos, de la puesta prueba de las hipótesis, de teorías diferentes, etc. Ahora bien, en los 70 comienza una crítica muy profunda a la propia construcción de los saberes científicos como saberes involucrados por muchos valores, entre ellos valores políticos e intereses económicos. Nadie negaría hoy que los cambios en la ciencia muchas veces se producen porque hay o no financiamiento. Nadie diría hoy que ningún científico se aferra a su hipótesis por una cuestión de prestigio o financiamiento. Nadie diría hoy que si pongo a prueba una hipótesis y el resultado es un resultado negativo, eso me hace cambiar directamente la hipótesis como creía Popper, porque depende mucho si ese resultado proviene de la experiencia que hizo un becario o si la  hizo el director del equipo. Entonces, las jerarquías dentro de esa comunidad también cuentan como un valor interno que no tiene que ver con los datos y con la metodología de puesta a prueba del conocimiento. Una ciencia atravesada por valores es algo que difícilmente sería negado hoy. Las feministas agregamos que parte de esos valores tienen un sesgo de género, patriarcal y androcéntrico. Desde ese punto de vista disputamos la legitimidad de algunos de los resultados, porque las hipótesis que se han puesto en juegos son sesgadas. La epistemología feminista, por un lado, va a criticar por qué no ingresan mujeres a la ciencia o no se promueven, como decía al comienzo, y también puede criticar los resultados de la ciencia porque no han tenido en cuenta datos que a una mirada femenina le podrían parecer relevantes.

Quiero ir a una cuestión filosófica más relevante. El motivo por el cual las mujeres no eran aceptadas en la ciencia es porque se consideraba que no tenían las capacidades relevantes para la construcción del conocimiento científico. Las capacidades mentales de racionalidad, objetividad, universalidad y abstracción se suponía que las tenía la mente masculina, y que la mente femenina, en lugar de racionalidad tenía emocionalidad, en lugar de abstracción tenía narratividad, en lugar de objetividad tenía subjetividad y en lugar de universalidad, particularidad. La idea era que había un antagonismo entre varón y mujer, entre género masculino y femenino, y una diferencia también en las capacidades mentales. Varón – mujer se consideraba una categoría binaria y dicotómica, o sea, todo lo que tiene el varón, no lo tiene la mujer, todo lo que tiene la mujer no lo tiene el varón, siendo las únicas dos categorías dentro de la clase de la sexualidad humana. Hoy todo eso está estallado, por supuesto. La idea era que las mujeres no teníamos las cualidades necesarias para la ciencia y que aquellas que teníamos -y esto me parece importante acentuarlo- no eran cualidades epistémicamente relevantes. Entonces, desde esta perspectiva la emoción y la subjetividad no construyen saberes, las metáforas no construyen un lenguaje apto para la ciencia, la atención a lo particular no construye un saber relevante para la ciencia. Hoy los cognitivistas dirían que los saberes se construyen también con emocionalidad, que las emociones humanas son indispensables para jerarquizar tus percepciones, para relevar la importancia de determinados datos y no otros. 

Ilustra: Yesica Embil

L: ¿Cuál ha sido la incidencia de la biomedicina en el proceso de legitimación de esta división tan dicotómica? 

D: El binarismo implica que tenés dos sexos: varón y mujer. Que esos sexos son discernibles fundamentalmente a través de la genitalidad, y a medida que avanza la técnica podés tener otros mecanismos para discernir quién es varón y quién mujer  (ecografías, análisis de ADN). Se consideraba que la persona que tenía pene, tenía semen, XY en su ADN. Que quien tenía vulva, tenía además útero y ovarios, y XX en su ADN. Esta idea binaria contrastaba con casos reales, casos donde no ocurría, cuerpos que no eran cuerpos binarios. Pero la medicina lejos de romper con la idea del binarismo, cuando aparecía un cuerpo intersex, por ejemplo (un cuerpo que no tenía el tipo de genitalidad que la propia medicina había manejado como norma, sea porque tenía a la vez vagina y testículos, porque no tenía vagina, etc.) en lugar de decir “ah pero entonces los cuerpos no son binarios” lo que hacía era intervenir quirúrgicamente esos cuerpos para que tuvieran la apariencia y  las funcionalidades de un cuerpo sexuado de manera binaria. Es decir, si no tenía vagina, se le iba a construir una vagina y los protocolos médicos dicen una vagina del tamaño y la profundidad normal para la penetración normal de un pene normal. Si tenía un micropene como no iba a penetrar lo transformaba en vagina. Fueron múltiples intervenciones mutilantes, irreversibles, desde la década del 50 y que desde el año 2013 son consideradas un método de tortura. Es decir, ya no se pueden hacer sólo para producir una apariencia binaria en un cuerpo que no es binario. 

La verdadera ideología de género -cuando nos dicen que hay que prohibir la ESI porque promueve la ideología de género- es ese binarismo que tortura los cuerpos en su nombre. Y no la percepción de que los cuerpos son diversos, y que no siempre esa diversidad corporal es un motivo para una intervención del área de salud. En los hospitales en Argentina hemos trabajado muchos años tratando de modificar esa situación en la cual un bebé recién nacido era intervenido porque no se soportaba la ambivalencia, “sexo ambiguo” -se decía-, “no se lee claramente el sexo del bebé”. Como si fuera una caligrafía mala que hay que borrar y escribirlo de nuevo claramente; solo que con un bisturí, de una manera cruenta y durante muchos años consecutivos. Entonces, el resultado del binarismo en la lectura médica de los cuerpos patologiza todo aquello que previamente se considera fuera de la norma. Una norma en todo caso estadística y arbitraria que no justifica una intervención -insisto en esto-  que es un modo de tortura mutilante e irreversible. 

La Ley de Ejercicio de la Medicina dice que no se pueden hacer intervenciones mutilantes e irreversibles, sobre todo si afectan los órganos reproductivos, salvo cuando sea para salvar la vida o la salud de la persona. Este argumento se usaba en cambio para impedir que una mujer trans o un varón trans recurriera al hospital para hacerse un cambio de sus genitales y no se consideraba que parte de la salud era la salud psicofísica de esa persona, de acordar su cuerpo como parte de la expresión de su identidad de género. El concepto biomédico de salud es muy fuerte aún cuando la Organización Mundial de la Salud describe la salud como el bienestar físico, psíquico, y social de una persona y no la mera ausencia de enfermedad. ¿Quién puede testimoniar el bienestar? el propio sujeto, nadie más puede decir si se siente bien o no con esa corporalidad. La asignación de género se hace en el momento del nacimiento y lo hace la medicina. Asigna como mujer o como varón una corporalidad. Cuando no lo puede hacer porque lo que se le presenta a la vista no es claramente de mujer o de varón, entonces lo transforma en algo que pueda leer para  dar una respuesta sin lugar a dudas, sacrificando los cuerpos en función de la ideología. Por eso digo que la verdadera ideología de género es el binarismo que ha torturado, en nombre de esta ideología, muchos cuerpos. Cada una de estas personas eran mantenidas aisladas, consideradas monstruosas. En su momento la intersexualidad era un capítulo de la teratología, es decir, de la situación de los seres monstruosos como tener dos cabezas o cuatro piernas. Esa consideración monstruosa singular, que es diferente de todos los demás se mantenía en el silencio, con el secreto, diciéndole a la familia: “Nunca le diga que alguna vez tuvo un pene, que la vagina hubo que construirla porque no la tenía, que su ADN no coincide con sus genitales o que no tiene receptores para para las hormonas y que nunca va a desarrollar los caracteres sexuales secundarios”. Este secreto formaba parte del aislamiento y de la imposibilidad de establecer recursos colectivos contra estas conductas en función de que se afirmara una identidad determinada por la medicina. 

L: Por último, queríamos preguntarte ¿cuáles crees que son hoy los desafíos que tenemos desde los feminismos, y con qué herramientas contamos para detectar y transformar el sexismo en ciencia?

D: Una aclaración que debo hacer: el feminismo es una posición humanista que está en contra de todas las formas de opresión, no sólo la opresión de género, porque consideramos la interseccionalidad dentro de la identidad de los sujetos. Si sólo vemos las cuestiones de género favorecemos la inclusión de mujeres de niveles altos y no sojuzgadas por otros parámetros que tengan que ver con el racismo, el clasismo, el colonialismo, etc. Entonces, primero pensar el feminismo de esa forma inclusiva y como una postura política, estar en contra de todas las formas de opresión. Con esto quiero decir que el feminismo no es hormonal, no es que los varones son machistas y las mujeres feministas, por lo tanto ni incluir más mujeres garantiza esa posición política, ni se trata de excluir varones por no considerarlos aliados en construir sociedades más inclusivas. 

Respecto a los desafíos yo creo que hay que incluir más mujeres por una cuestión de justicia distributiva; que hay que pensar los géneros de manera no binaria y cómo es un tratamiento digno de las personas con identidades diversas. No se trata de incluir mujeres cis solamente, se trata de pensar el género de esa manera compleja, no binaria y pensar interseccionalmente, es decir, no considerar que las clases son homogéneas. Hay que hacer una crítica muy profunda de la llamada meritocracia, que muchas veces garantiza el ingreso pero que no garantiza ni la permanencia ni la evolución de las carreras porque no considera aspectos que son fundamentales en las diferencias entre las vidas de hombres y mujeres, fundamentalmente en estas cuestiones vinculadas a responsabilidades de cuidado. La planificación y la realización de estas tareas son esfuerzos diferentes y por lo general quedan los dos a cargo de mujeres. 

También tenemos que repensar los modelos de éxito. Que el tipo de modelo de carrera exitosa sea en una pirámide donde tenes que estar compitiendo y por lo tanto dejando atrás sujetos, que pugnan por llegar a la cumbre, ese modelo tenemos que cambiarlo. Si queremos vidas más equilibradas, para hombres y para mujeres, en sus aspectos familiares, profesionales, amorosos, debemos pensarlo más como un modelo cooperativo de red que como un modelo competitivo de pirámide.

Luego pensar también que el modo en que la ciencia se va diseñando entra en un proyecto capitalista muy al servicio de la concentración económica y que por lo tanto los lugares, incluso geopolíticos, que va a ocupar la ciencia en nuestro país son lugares muchas veces en los márgenes, porque el epicentro está donde se rinden las regalías de esos saberes. La idea de centro y periferia, es también una idea tan perjudicial como la de cúspide y base de la pirámide. Sabemos que las mujeres vamos a estar en la base de la pirámide y en la periferia de esos modelos. Y como países de América del Sur vamos a estar también considerados en una periferia respecto al centro (Estados Unidos o Europa, el norte global) con una enorme concentración económica y por lo tanto con una enorme capacidad para cooptar recursos ya formados. Nuestrxs investigadores se doctoran y se van a un lugar que no invierte en su formación pero sí los aprovecha como recursos excelentes, formados con un esfuerzo colectivo, no sólo de quienes van a la universidad y hacen su doctorado sino también de quienes no van y financian la educación pública. 

Para finalizar, creo que la mercantilización, la visión exclusivamente económica, sobre todo en la medicina, en las ciencias biomédicas ha producido una deshumanización muy brutal. Ese privilegio de lo económico se está disputando en este momento políticamente: quien debe sostenerlo y de qué manera, quién debe acceder a la salud y quién no, y de qué calidad de salud estamos hablando. Ya en este momento las diferencias son brutales, la jerarquización en función de los recursos que se tengan es brutal y eso es una pérdida muy grande para el ejercicio de la medicina. No sólo para lxs pacientes, también para quienes ejercen esa tarea en un contexto de precarización laboral, personas con una formación a la que les ha costado mucho llegar. Entonces, de qué manera promover el éxito de las mujeres en este sistema, requiere de modificar muchas cosas y las tenemos que modificar junto con nuestros compañeros, porque son cuestiones estructurales de las que vale la pena hablar Hay mucho que cambiar en lo político, en lo profesional y también en nuestras cabezas.

* Entrevista realizada en noviembre de 2023

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