Quizás algo entendemos

Ilustra: Lucila Stern

Me llamo Camila y tengo 22 años. Hace 6 años me dedico a la militancia, al activismo y a imaginar con otres un mundo un poquito menos peor.

Soy de la generación que entró a la vida política a partir de la marea verde del 2018, la cuarta ola feminista que nos tendió la mano a un montón de pibxs y nos esneñó a creer y confiar en la política como herramienta de transformación, incluso a quienes parecíamos muy chicxs para participar en ella. Tenía dieciséis años cuando empecé a ver cómo las calles de todo el país se llenaban de pibxs de mi edad o más chicxs, mientras que en los salones del Congreso algunxs compañerxs con lxs que había compartido movilizaciones peleaban a capa y espada por la conquista de nuestros derechos, ante grandes señores que creían saberlo todo, incluso sobre nosotrxs, que tan distintxs a ellos éramos. 

Transitar una experiencia de participación política de tan chica te regala las mejores alegrías y tristezas. Para mí, fue entender que lo que decimos y hacemos puede tener un valor inmenso, puede cambiar cosas, puede interpelar a otrxs, y al mismo tiempo descubrir que en nuestros cuerpos tenemos mucho saber acumulado, aunque nos quieran hacer creer que somos muy chicxs para entender algo. Nos hizo sentarnos a pensar, colectivamente, qué mundo queríamos y cómo pensábamos construirlo, en primera persona. Sobre todo, nos enseñó que si queríamos transformar las cosas no teníamos que esperar a que nuestro momento llegara  mientras lxs adultxs se ocupaban, que en nuestras manos teníamos un poder y una responsabilidad igual de grande. 

Pero, así como el feminismo me enseñó que otro mundo es posible, me llevó a ver que este que tenemos, puede ser muy cruel. Me tocó militar justo en el momento en el que los escraches en colegios secundarios empezaron a estallar. Sin que nadie nos lo pidiera, fuimos nosotrxs, adolescentes de 15 a 17 años quienes tomamos la tarea de contener tanto a las personas escrachadas como a quienes sufrían una situación de violencia, de organizar espacios de debate y discusión para pensar estrategias alternativas, de gestionar herramientas para el acompañamiento de esas situaciones y de armar espacios de masculinidades en de-construcción y no dejar de lado a ninguna persona alojando también sus padecimientos por más daño que hubiera realizado. No faltaron las críticas por parte de autoridades, adultxs, funcionarios públicos, periodistas, docentes y todo tipo de opinólogos, nunca nada alcanzaba, siempre algo se hacía mal, pero, ¿quiénes estaban haciendo mal las cosas? ¿Un grupo de pibxs atravesados y desbordados profundamente por la problemática? ¿O las instituciones que debían contenernos, alojarnos y acompañarnos?

En ese momento comprendí lo que es el abandono total por parte del mundo adulto cuando no nos entienden o no quieren entendernos. Aprendí de sus falencias, de sus limitaciones, de su insensibilidad. Hoy viéndolo en retrospectiva, puedo ver la complejidad de lo que nos estaba tocando vivir, un colapso institucional total, en el que las herramientas propuestas por los adultos no alcanzaban y lxs adolescentes teníamos que pensar alternativas, que tampoco solucionaban la problemática. Pero después de tanto tiempo me sigo preguntando: en un mundo en permanente transformación, donde una generación nunca es igual a otra ¿cómo pretendían dar respuesta a un problema que, en sus propias palabras, no alcanzaban a comprender, sin proponernos construir esa respuesta en conjunto?

Nadie pone en cuestión que fuera un tema muy alarmante para todxs. Creo, o espero ceer, que no había una intención de lavarse las manos por completo, pero también era evidente la irritación que sentían ante nuestro incansable involucramiento. Todxs sabemos que hubieran sido más felices sin ese grupo de pibxs tocando la puerta para traer más y más propuestas, ganas de discutir cosas “incómodas” como sexualidad, violencias y protocolos, deseos de organizar jornadas ESI y talleres por fuera de la currícula formal. He llegado a escuchar a más de uno enojarse porque lo hacíamos para “ser rebeldes”, “disruptivxs”, tensionar y polemizar, pero ¿cómo van a esperar que ante tantas cosas que funcionan mal, lxs pibxs nos quedemos de brazos cruzados esperando? Espero que algún día entiendan que a muchxs el involucrarnos y ser pares pensando cómo abordar estos problemas nos salvó la vida. Cuando las instituciones fallan, somos nosotrxs quienes salimos a buscar las respuestas.

En 2022 ingresé a trabajar en la Dirección de Adolescencias y Juventudes (DIAJU) del Ministerio de Salud de la Nación para asistir en el diseño, elaboración y monitoreo de políticas públicas, desde una perspectiva joven, junto con dos compañeros. Esto nació a partir de una decisión política de la DIAJU de priorizar la línea de participación adolescente y juvenil, considerando que para que la política pública responda a las necesidades reales de adolescentes y jóvenes, no puede ser diseñada sin su participación. 

Yo misma experimenté la importancia de que el mundo para las adolescencias y juventudes sea pensado con nosotrxs. ¿Qué hubiera pasado si en las escuelas hubiéramos tenido espacios de participación propiciados por las mismas instituciones? ¿Qué hubiera pasado si en vez de echarnos del gabinete psicopedagógico cuando las respuestas eran insuficientes nos invitaran a pensar otras nuevas? ¿Qué hubiera pasado si en vez de enojarse por lo que estábamos haciendo se hubieran responsabilizado de que era síntoma de un abandono?

Trabajar en la DIAJU fue distinto, hubo una invitación explícita de adultxs para que nos involucremos y participemos, fuimos convocadxs por ellxs, no tuvimos que hacer notar una y otra vez el valor de que estuviéramos ahí. Ahora bien, esto no significa que fuera todo fácil, trabajar con adultxs, participar de reuniones laborales, de equipos, de proyectos con otros ritmos, léxicos y dinámicas puede ser muy complejo. Y aunque haya intención y el deseo de que estemos ahí, unx nunca deja de ser unx pibx rodeadx de adultxs. Tenemos formas distintas de expresarnos, de pensar y de hacer y hay veces en las que hay más lugar para que estas diferencias confluyan, y otras en las que la realidad no siempre da este lugar y la participación se vuelve más difícil. A su vez, implicó trabajar en una estructura que va más allá de la Dirección, con equipos de todo el Ministerio para los cuales es “ridículo” invitar a trabajar a pibxs codo a codo. No me ha faltado ocasión de recibir miradas de incomprensión o hasta hartazgo por querer hacer aportes y creer que estos tienen que ser escuchados ¿Por qué se nos sienta en mesas con profesionales con larga trayectoria a opinar y tomar decisiones en vez de trabajar como che-pibes? ¿Qué podemos tener para opinar sobre políticas públicas, jóvenes sin un título universitario? Creo que en mi experiencia, no solo personal sino también colectiva, puedo decir que mucho. 

Me tocó entrar a la DIAJU después de la pandemia. En ese momento la Dirección  estaba consolidando, el trabajo de muchos años para  la creación de un Consejo Asesor de Salud Adolescente y Juvenil (CONSAJU). Un espacio en el que se sientan periódicamente adolescentes y jóvenes de organizaciones de la sociedad civil de todo el país, con profesionales de sociedades científicas, miembros de agencias del sistema de Naciones Unidas, trabajadores de equipos de salud y de gestión a nivel nacional y provincial y funcionarios, a debatir sobre las problemáticas que atraviesan la salud adolescente y juvenil, desde una perspectiva integral, y proponer estrategias y herramientas para su abordaje. En el mismo tienen mayor representatividad adolescentes y jóvenes, no solo por su condición etaria, sino sobre todo por sus experiencias territoriales trabajando desde muy jóvenes sobre distintas temáticas como violencias, consumos, educación, salud sexual, salud mental, entre otras. 

El CONSAJU es un claro ejemplo del valor que puede tener habilitar la palabra y la escucha a pibxs, la importancia de reconocer recorridos de participación comunitaria y experiencias diversas en las que jóvenes tomamos la posta. Fue en este espacio que empezó a resonar una problemática que iba a tomar centralidad en la escena pública y ante la cual se volvía inminente tomar acciones: la salud mental. 

En un contexto donde las adolescencias y juventudes éramos responsabilizadas en los medios de comunicación por los masivos contagios de COVID-19, buscando ponernos en un lugar de irresponsabilidad y descuido, donde el abandono institucional y la soledad se profundizaban y donde había cada vez más dificultades económicas, hubo un espacio en el Estado que decidió adoptar otra postura y tendernos un puente, escucharnos, conocer nuestras realidades y nuestros problemas para construir soluciones en conjunto.

A partir de este proceso fue que construimos distintas estrategias, primero un Foro de Ideas para el Abordaje de la Salud Mental con Adolescentes y Jóvenes en donde nos reunimos casi cien pibxs de todo el país para poder poner en común cómo esta problemática se estaba presentando en cada rincón del país. Después, elaboramos distintas herramientas, entre ellas un Kit para talleres con adolescentes y jóvenes “Salud mental es cosa de todas y todos”, lleno de dinámicas para hacer talleres de promoción y prevención de la salud mental en espacios socioeducativos con pibxs de distintas edades.

Creo que la experiencia de la DIAJU es una hermosa demostración sobre cómo, cuando se tiene la dedicación y voluntad de construir en conjunto, los resultados pueden ser muy poderosos. A pesar que aún quedan muchísimos pasos por dar, esto nos enseñó que existe un camino en el que las adolescencias y juventudes tengamos un lugar, para construir con otres el mundo con el que soñamos, en el que entremos todes.

Hoy la realidad de las adolescencias y juventudes es cada vez más compleja. Considero que con la última experiencia electoral nacional se visibilizó que las instituciones que alguna vez supieron servirnos para construir lazos y comunidad, hoy están totalmente arrasadas y no logran llegar a muchas personas. Nuestra perspectiva de futuro se ve fuertemente amenazada, ante un mundo con menos oportunidades laborales, económicas, habitacionales, ambientales y vinculares. Se retrocede a diario en materia de derechos y se nos hace creer que eso que nos correspondía, era un exceso y está bien tener que elegir entre estudiar, trabajar, vender tus órganos o morir. A su vez, los discursos de odio crecen cada día más, poniendo a los otros como nuestros enemigos, amenaza de nuestro progreso individual y meritocrático, en un mundo con muy pocas oportunidades. Y es a lxs adolescentes y jóvenes a quienes se nos responsabiliza por reproducir estos discursos de odio, por falta de memoria, falta de lectura, falta de formación, como siempre, la falta es nuestra. Puedo ver a mi alrededor cada vez a amigxs y compañerxs desesperadxs por buscar una salida a todo este caos que no promete una solución cercana. 

Lejos de quitarnos responsabilidad a lxs jóvenes sobre lo que está pasando en nuestro mundo, propongo ampliar la mirada, pensar en los múltiples factores que llevan a unx pibx a elegir políticas de ajuste y recorte de derechos, al mismo tiempo que poner en tensión el sentido de juventud que tenemos hoy en día. Esxs jóvenes “culpables” de tener un gobierno de ultraderecha, de haber producido masivos contagios de COVID-19, de no saber historia, también somos lxs jóvenes que en 2018 tomamos la posta, nos hicimos cargo de problemáticas muy complejas y nos hicimos vocerxs del feminismo; somos lxs jóvenes que elegimos participar en nuestros Centros de Estudiantes y construir herramientas para que en un contexto tan adverso, nadie se quede sin cursar; somos lxs jóvenes que hoy defendemos el derecho a la educación pública en todo el país; somos lxs jóvenes que estamos en primera fila cuando se reprime jubilados; somos lxs jóvenes que salimos a laburar y nos bancamos trabajos precarizados para que nuestras familias no se queden sin comer. 

Si tanta culpa tenemos de todo, quizás necesitamos un espacio para ser escuchadxs, porque por sobre todas las cosas, somos lxs jóvenes, todxs lxs jóvenes, lxs que, aunque les moleste, tenemos mucho para decir. Claro que no por eso tendremos la razón en todo, de hecho podría estar horas discutiendo con pares que tienen ideas muy distintas a las mías y nunca ponernos de acuerdo. Pero las soluciones que estamos necesitando, solo se van a construir con más escucha, participación y diálogo. Solo así vamos a poder repensar este mundo y construir uno en el que entremos todes Un mundo más amoroso, con más escucha, más respetuoso, un mundo donde quepan muchos mundos

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