Ayahuasca. Viajes hacia el interior

Mi primer acercamiento a las plantas de poder fue a través de un libro que encontré en la biblioteca del novio de mi mamá a mis 16 años.

Se trataba de Los Tarahumara de Antonin Artaud, un relato narrado en primera persona en el que el autor cuenta su experiencia en las sierras tarahumara en México en búsqueda de caminos alternativos que dieran sentido a la condición humana; fue así cómo entró en contacto con el pueblo tarahumara y llevó adelante una experiencia con peyote que, según él, cambió el curso de su vida. Sin profundizar demasiado en los datos particulares, el relato me impactó al poder vislumbrar que otra realidad por debajo de la ordinaria se escondía con cierta sutileza y se expresaba sólo en ciertos estados de conciencia.

La fascinación por descubrir ese universo fue creciendo conforme pasaban los años. La oportunidad no se presentaba, las experiencias con alucinógenos me generaban cierto temor, había escuchado demasiadas anécdotas y, me aferré a aquellas negativas.

Al regresar a Argentina, luego de un viaje largo por distintas partes del mundo, un impulso proveniente de algún rincón de mi ser me empujó a emprender la búsqueda. De alguna forma, quería sanar la timidez paralizadora que me acompañaba desde mi temprana infancia y que, junto a otras inseguridades, no pude desentramar con años de terapia.

Al poco tiempo, en una reunión entre amigas manifesté estas ganas y una de las chicas a quien no conocía me contó que había participado en varias ceremonias con ayahuasca -también denominada, medicina, yage, “abuelita”-. Fue gracias a este encuentro que pude conectar con Parvati, la mujer que luego me proveería la planta.

Le escribí un correo con la intención de participar en una ceremonia. La verdad es que no sabía muy bien en qué consistían más allá de la toma del brebaje, pero confié. Me respondió con una serie de preguntas que debí contestar para poder participar. El punteo iba dirigido a saber si tenía algún tipo de condición mental o física, si tomaba alguna medicación. También hizo hincapié en el por qué de llevar adelante esta experiencia y si tenía algún vínculo con el arte.

Al darme el “ok” luego de unos días, me explicó que debía seguir una dieta preferiblemente vegana que debía iniciar por lo menos una semana antes, evitar alimentos procesados, alcohol, y tener el menor contacto posible con pantallas. La  dieta la seguí bastante bien, evitar las pantallas fue lo más complejo.

Mi primera experiencia con ayahuasca la hice un 26 de junio, el día que cumplí 35.

Fue un sábado, el frío era tremendo. Sentía una mezcla de emociones, pero estaba tranquila y ansiosa por empezar. Llegué al lugar y varias personas ya se encontraban ahí. Nos acomodamos en una sala bastante amplia, llevamos mats de yoga, bolsas de dormir y el abrigo suficiente para aminorar el frío que atravesaríamos esa noche invernal. Éramos alrededor de trece, cada espacio estaba delimitado por un tachito de plástico que determinaba la cantidad de personas que se unirían al “círculo”.

Al poco tiempo de elegir mi lugar, Parvati comenzó la introducción a la ceremonia,  una hora y media en la que también presentó a Chandú, la ayudante que asistiría a quienes lo necesitaran.

Aún no se si Parvati es chamana, curandera, o “facilitadora” -como se suele decir a las personas que imparten estas ceremonias sin la necesidad de ser chamanes- pero mientras hablaba acerca del desarrollo de la noche me transmitió tranquilidad y confianza. Durante la charla nos explicó que la ayahuascaes una combinación  entre dos plantas. La ayahuasca, una liana que provee componentes que  inhiben las enzimas estomacales y permiten la acción psicoactiva de la dimetiltriptamina (DMT) que contienen las hojas del arbusto llamado chacruna.

También nos explicó su origen, ya que las ceremonias y las bebidas varían de acuerdo a la región de la selva amazónica (Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia). La medicina que estábamos por tomar era brasileña, acompañada por la ceremonia, si no comprendí mal, nos ayudaría a entrar en contacto con lo que denominaba la energía femenina de la Luna. La ayahuasca suele ser representada como “la abuela”, una figura asociada a la guía amorosa y al cuidado tierno maternal que trabaja entre umbrales.

Parvati continuó con los escenarios posibles que podrían llegar a acontecer durante este nuevo estado de conciencia. Habló de visiones que podrían incluir animales salvajes, colores, figuras caleidoscópicas, etc. Mencionó detalladamente las manifestaciones físicas en relación a la purga, que puede presentarse como vómito, diarrea, llanto, lágrimas, eructos, sudor, entre otras.

Escuché que a lo largo de la ceremonia se ofrecerían tres tomas de ayahuasca. Hizo hincapié en que escucharamos nuestro cuerpo antes de tomar la segunda o tercera medida.

Luego de esta introducción, cada unx de los que integraba el círculo se presentó y expresó su deseo de buen viaje para lxs demás. Antes de tomar el primer “shot”, Parvati guió una bella meditación para prepararnos.

Empiezo con mi primera copita, el sabor y la textura me recuerdan un poco a la salsa barbacoa, aunque un poco más amarga. Vuelvo a mi lugar y las luces se apagan por completo, en principio solo puedo ver la sala en penumbras y la silueta de nuestros cuerpos por la luz que ingresa por los ventanales de la sala.

Parvati y Chandú comienzan a guiar la ceremonia a través de sonidos y músicas provenientes de instrumentos prehispánicos. Me siento a gusto y expectante de que algo suceda. Pasa alrededor de una hora, estoy convencida de que el brebaje no hizo efecto. Me concentro en las composiciones sonoras que van surgiendo y siento un poco de euforia y alegría, no puedo creer que esté celebrando mi cumpleaños con música en vivo.

Anuncian la segunda toma, y voy directo. Permanezco en mi lugar, por encima de la bolsa de dormir, me abrigo, me desabrigo, me balanceo sobre la cola, estoy inquieta hasta que empiezo a percibir una red que se extiende por el espacio. En principio creo que son mis ojos que están fallando por esforzar la vista en penumbras, pero luego me doy cuenta que lo que observo es otro fenómeno. La red es como una telaraña gigante que contiene todo, aunque por momentos se transforma en un enjambre de ondas electromagnéticas que se mueven de acuerdo a los sonidos.

A pesar de esa experiencia me mantengo escéptica y creo que la medicina no está haciendo efecto. De repente, al quedarme quieta unos minutos, mi cuerpo se despoja de su acostumbrada pesadez y comienzo a sentir un vapor color rosa que me abraza hasta expandirse por fuera de mi cuerpo en forma de hilachas brillantes. Me doy cuenta que ya no soy yo, una flor de loto tomó mi lugar. Logro un estado de paz y silencio jamás percibido.

Al concluir ese estado tras varios minutos, me meto en mi bolsa de dormir, mi cabeza vuelve a operar casi como de costumbre tratando de interpretar todo lo sucedido. Escucho que se ofrece la tercera toma. Mi cuerpo responde sin que le consulte, salgo eyectada de la bolsa hacia ella. A partir de ese momento me traslado a la selva amazónica, si bien no veo el lugar, lo siento con todo mi ser. Las canciones que escucho me acompañan, no me siento sola. Soy consciente de que estoy descubriendo una nueva dimensión y que no tiene solo relación con la idea del  “trip”. No creo haberme vuelto loca o estar en presencia de algo que no exista.  

Paso por innumerables estados, por momentos me percibo como la niña que fui a mis 7 años, me desprendo de todas las creencias y construcciones con las que me identifico en mi vida de mujer adulta.

Mientras estoy acostada la medicina entra en contacto conmigo. Lo advierto como un masaje suave y cálido que recorre mi organismo con mucha amabilidad. Desconozco su manera de operar, pero siento que se evaporan viejas heridas de índole espiritual y físico en su trayecto.

Me vuelvo a sentar y una entidad que me figuro como la Pachamama, me muestra millones de imágenes sobre una sola, no puedo describirla con exactitud, no sé comunicarme fluidamente en su lengua. Lloro con un llanto mudo, me duele mucho a nivel físico los sentimientos que me provoca lo que está expresando, aunque también me genera un grado inmenso de compasión.

Al concluir ese estado de dolor inmenso me siento aliviada. Interpreto que me contó un secreto de miles de años.    

Llega la náusea. Me siento fatal. Chandú, la ayudante, se acerca para preguntarme si estoy bien. Le respondo que no, que no puedo vomitar. Me sugiere que conecte con la respiración, que no fuerce lo que llegará a su debido tiempo. Me refresca rociando agua florida a mi alrededor e instantáneamente vomito una catarata color bordó que viene acompañada por un sonido espeluznante que no reconozco como propio. Purgo de esa manera varias veces durante la noche.

En los momentos que no me siento invadida por la náusea logro ver la manera de operar de mi cabeza. Estoy segura que esta experiencia es de las más increíbles y agotadoras en mi haber.

Dormí dos horas. Al despertar encontré a varixs del grupo desayunando y compartiendo fragmentos del viaje con Parvati y Chandú. Me uní a ellxs, aunque sin hablar demasiado. Les agradecí haber podido celebrar de esta manera mi cumpleaños.

Los días subsiguientes a la ceremonia me encontré extremadamente sensible y agradecida a la vida. La música aún sigue resonando en mi cuerpo, es uno de los enlaces más fuertes que conservo. En parte, gracias a la sencillez de aquellas canciones logré despertar algo que se hallaba pausado en mí. Visualicé aquello que me afligía, lo identifiqué, le puse nombre para erradicarlo. Entendí que el plano en que vivimos es completamente ficticio, plagado de creencias a las que nos aferramos sin saber muy bien por qué.

Con el tiempo comprendí que el poder de esta medicina trasciende la “magia” del viaje psicodélico para convertirse en un espacio de trabajo para mí. Creo que la ayahuasca brinda una batería de herramientas que funcionan únicamente con cierta disciplina diaria, y para algunas personas.

Muchas veces comparo estos procesos con los que se llevan adelante en terapias psicoanalíticas en cuanto a trasladar situaciones que se alojan en el inconsciente a la consciencia. La ayahuasca, en este sentido, opera de manera más veloz, por esa razón es posible que se deban atravesar varias crisis a la vez. La clave es entender que lo que se nos muestra con demasiada claridad resultará luego difícil de esconder.

Honestamente, no creo que cualquier momento sea apto para realizar estos viajes hacia el interior y afrontar lo que se descubre. Tampoco todas las personas están en condiciones de indagar las profundidades del ser en estos estados de consciencia.

Actualmente estoy en proceso de curación. Muchas veces caigo en crisis que me parecen imposibles de desanudar, otras confío en que cada obstáculo es la oportunidad de explorar e iluminar aspectos del ser que fueron opacados por creencias limitantes impuestas por un sistemas de control que nos preexiste.

Día a día me propongo recordar aquellas enseñanzas, las utilizo como herramientas mutantes que van cambiando de forma de acuerdo a los requerimientos del camino que decido emprender, acompañada por el ritmo de aquella música entre mis pasos.

*María E. es realizadora audiovisual, community manager y viajera.

Nota de las editoras: El relato de la experiencia se publica con seudónimo por voluntad de la autora.

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